El show de «Diós salve a la Reina» fue un viaje surrealista.

Es que sin caer en la hipérbole de una crítica que intenta ser optimista, la banda rosarina (catalogada por muchos como la mejor banda tributo a Queen del planeta, que compartió escenario con grandes del rock mundial como Aerosmith, The Darkness y Europe, entre otros) entregó una noche mágica al público presente en un Quality repleto.

Si el deber de uno fuera el de encontrar fundamentos para denostar el evento, habría que buscar mucho más que un rato y ser bien creativo, y aún así no se me ocurre de dónde pudiera sujetarse para lograr el cometido. Lo del viernes fue -lisa y llanamente- inmejorable.

La banda sonó ajustadísima; el tiempo del show fue el correcto para no palmar ni quedarse con ganas. Un vestuario atinadamente inspirado en momentos memorables de su historia. Los músicos no actuaban el personaje, ya creen serlo e invitan a la gente a creerlo. Pero aparte, el contexto: La noche inmejorable en cuanto al tiempo y un público dispuesto a subirse al mismo vuelo.

Cuando digo «surrealista», me apoyo en fundamentos. Para empezar, estamos viendo y escuchando sonar una banda que ya luce cual museo exibiendo sus trofeos, desde los distintos elementos que son parte de un suceso hasta la cuidada indumentaria que los viste en cuerpo entero.
Y es que este show vino muy firme de papeles. Es buena música, logrando sonar como aquellos genios, cada uno en su instrumento. Es teatro, pues también son actores estudiando y encarnando el personaje, con sus roles y su aspecto. Y es museo, recreando los momentos y elementos emblemáticos que alimentan la nostalgia de ese tiempo.

Pero al margen de los factores que dependen exclusivamente del grupo también está el factor externo, el comportamiento del público que nunca se sabe cómo va a reaccionar y siempre es un misterio.
El de la noche del viernes fue un público empático y cómplice, que se animó a todo desde el primer momento. A corear los agites de Freddy con desparpajo, a rockearla mientras ‘Brian’ ostentaba su talento y hasta a coparse con loockearse o loockear al otro con disfraces, desde un papá con la pelu de Brian May hasta un niño de no más de seis años con los bigotes de Freddy y su atuendo, una suerte de Mercury en miniatura, parecía un personaje extraído de una cinta de Tim Burton. Estaban los que llegaban caracterizados de Freddy, estaban los enamorados que fueron para chapar con ‘Love of my life’ de fondo, los fanáticos que no pudieron ver la banda en vivo y llegaron es busca de revancha, también estaban los que vieron a los originales en el ’81 en Velez y ostentaban su chapa de fanáticos supremos y -claramente- no podían faltar los que fascinados con la peli «Bohemian Rhapsody» llegaron para ver más de cerca la leyenda musical británica y sumirse en ese viaje. Estaban todos, no faltó nadie. Fue lo más parecido a una perfecta interacción entre todas las partes de ese prolífero universo.

El viernes, ‘Dios salve a la Reina’ fue un viaje surrealista.
Porque sin dudas se alinearon los planetas.
El viernes la noche del Quality fue perfecta,
porque esa noche todos, lo entendieron todo!